jueves, 22 de septiembre de 2022

Una historia nostálgica con un final no feliz

Últimamente me acuerdo mucho de mi padre. 

A veces me pregunto si demasiadas veces, pero como en los pensamientos muy poca gente es capaz de gobernar (y yo desde luego no soy una de ellos), aquí me tenéis, recordando a Ramón cada cinco minutos.

Para aquellos que no lo sepáis, mi padre falleció en diciembre de 2020. Y no, no fue por culpa del "Bicho", aunque sí que es verdad que el pobrecito tenía un Bicho silencioso que lo estaba consumiendo por dentro sin que nadie pudiese hacer nada por impedirlo.

Cuatro años antes de que nos dejase, durante un viaje que mis padres hicieron por Andalucía y del cual fui partícipe afortunada, comenzó a sufrir una tos que no lo dejaba descansar ni siquiera por las noches.

Al principio pensamos (yo pensé) que podría ser, primero una gripe, y cuando vimos que la tos hijaputa no se iba, tal vez algo más fuerte como una neumonía o similar.

Comenzaron a hacerle pruebas y si bien esa parte de la historia no la viví en primera persona porque yo me encontraba en Madrid, a raíz de los resultados nos confirmaron que de neumonía nada y de gripe menos todavía. Lo que mi padre tenía era una fibrosis pulmonar, enfermedad maldita y degenerativa sin cura conocida. Mucho mejor eso que un cáncer de pulmón, me recuerdo pensando por aquel entonces. Quién me iba a decir a mí en vista de lo que sucedió después que lo de "mucho mejor" lo único en lo que se tradujo fue en sufrimiento prolongado con el mismo resultado.

Al principio las cosas no iban tan mal, pero con el paso de los meses su resistencia física se fue resintiendo. Primero el deterioro se mostró de manera tímida, en forma de pequeños cansancios cuando caminaba un poco más de lo habitual. Y allí estaba, mi padre, el que siempre se ofrecía a cargar con mil quilos si con ello conseguía que no lo hiciéramos los demás, siendo incapaz de guardar una caja en lo alto de un armario.

Y entonces la máquina de oxígeno llegó a nuestras vidas. Repito: yo me encontraba trabajando lejos y no era testigo diario de todos esos pequeños grandes cambios, pero cada vez que iba a casa en un fin de semana o en vacaciones, veía cómo el cuerpo de mi padre, y por ende mi padre entero, sufría visibles transformaciones.

En un primer momento necesitaba utilizar la máquina solo por las noches, para conseguir dormir sin miedo a quedarse sin el necesario oxígeno en sangre que le permitiese respirar. Todavía a día de hoy recuerdo el ruido hueco de aquel aparato cada vez que expulsaba el aire que mi padre necesitaba para seguir viviendo, y todavía a día de hoy me estremezco pensando en ello.

El tiempo seguía pasando y llegó un momento en el que mi padre dependía de la máquina de oxígeno el tiempo entero, así que en casa, formando ya parte del mobiliario, se chutaba oxígeno de un aparato enorme y pesado y cuando quería salir a la calle llevaba consigo su máquina de oxígeno portátil, primero colgada del hombro y cuando ya ni con ese peso podía lidiar, colocada, con mucho esmero eso sí, en un carrito que arrastraba a velocidad de caracol.

Verlo pasear era tan triste.... La persona que en sus tiempos volaba, ahora apenas conseguía dar dos pasos sin pararse para tomar aliento. ¡Cuántas veces mi corazón se encogió viéndolo en ese estado! ¡Cuántas veces he dejado mis lágrimas rodar por mis mejillas sin que él lo supiese! Tantas veces...

Mi padre era un luchador. A pesar de su enfermedad, a pesar de su degeneración progresiva, cada día cumplía con las recomendaciones del médico y hacía sus ejercicios de respiración, su gimnasia, sus paseos para intentar fortalecer lo poquito sano que quedaba en sus pulmones...

Pero llegó un día en el que Ramón no pudo más y a pesar de que su cabezonería y orgullo se lo impidieron durante mucho tiempo, acabó por rendirse a la realidad: Si quería salir a la calle ya no bastaba con la máquina de oxígeno, así que después de mucho insistir terminó por claudicar y acabó por sentarse en su silla de ruedas, una de esas eléctricas con mando estilo joystick de aire futurista. Yo no llegué a verlo en persona pasear con ella pero mi hermano me envió un pequeño vídeo de "su primera vez" que guardo como si fuese oro.

Los ingresos en el hospital por urgencias cada vez eran más frecuentes, y pocos días más tarde de esa primera salida motorizada, la videollamada diaria que mantenía con mis padres transcurrió desde una de esas visitas al hospital.

Se había encontrado mal durante la tarde, así que se fueron a la clínica para que le hiciesen algunas pruebas. Cuando hablé con él estaba con buena cara, le habían traído la cena y mi madre me confirmó que había comido bien. Hablamos durante unos minutos más y me despedí de ellos hasta el día siguiente.

Fue la última vez que hablé con él. A la mañana siguiente, cuando salí de la ducha y vi el móvil me sorprendió tener varias llamadas perdidas de mi madre. En mi cabeza saltaron todas las alarmas. No era normal que mi madre intentase contactarme a esas horas, y menos con tanta insistencia. 

Le devolví la llamada y con voz entrecortada me dijo que papá había pasado muy mala noche y que en esos momentos los médicos estaban con él en la habitación intentando ver qué pasaba. No tardó mucho en sonar mi móvil de nuevo... Esta vez era mi hermano, quien entre lágrimas lo único que consiguió articular fue "se murió". En ese momento yo me morí un poco con él.

Sentí cómo mi corazón se partía en millones de pedazos, grité (creo recordar que grité) y comencé a llorar desconsolada. 

Se había ido... Mi héroe, mi protector, un pedacito de mi.... Mi padre. Ramón.

Lo hecho mucho de menos. Tanto es así que después de todo este tiempo una parte de mí todavía no es capaz de asimilar su pérdida. 

Después de todo este tiempo a duras penas consigo ver alguna fotografía en la que él esté sin emocionarme. Después de todo este tiempo todavía me imagino volviendo a Pontevedra y viéndolo sentado en su sofá saludándome con su "hoooolaaaaa..." tan característico que después de tanto tiempo todavía resuena en mi cabeza.

En realidad Ramón nunca se ha ido del todo. Y no se irá mientras haya alguien que siga recordándolo. Así que sí, Ramón siempre será eterno porque yo jamás seré capaz de olvidarlo (ni quiero).

 Como nadie sabe a ciencia cierta lo que sucede después de que uno abandona este mundo, yo por si acaso cada vez que levantó mi cabeza al cielo envío un saludo y un beso que llevan su nombre.


A pesar de que mi padre falleció en diciembre de 2020, a día de hoy todavía lo siento aquí conmigo.


Eric Clapton: Tears in heaven

https://youtu.be/JxPj3GAYYZ0










martes, 25 de julio de 2017

25 de julio de 1970

Si suelto de repente y sin venir al caso la frase “20 de abril del 90” estoy convencida de que muchos de vosotros, carcas como yo, comenzaréis a tararear como un resorte una canción de Celtas Cortos que a día de hoy todavía está en boga y que no puede faltar entre la selección musical que amenice cualquier boda/bautizo/comunión que se precie.
Hoy la entrada va de fechas, y más concretamente de una fecha en particular. Hoy vamos a subirnos a la máquina del tiempo y a remontarnos al 25 de julio de 1970.
Aclaro antes de continuar que nada tiene que ver con mi fecha de nacimiento así que ni se os ocurra pintarme el pelo con más canas de las que ya tengo (os recuerdo que soy rubia de bote y que desde que soy rubia de bote soy más feliz) ni cargarme con más años de los que ya recaen sobre mis hombros.
No. Esa fecha no tiene nada que ver conmigo (al menos no directamente), pero sí con las dos personas más importantes en mi vida: Mis padres.
Ese día, después de no haber ejercido ni tan siquiera un año como novios (para que luego digan que la juventud de hoy va demasiado rápido…), ese día decía, fue la fecha elegida para el inicio de su particular historia de amor.
Pero ojo, no queramos ir tan de prisa. Para llegar a ese punto en el calendario todavía tenemos que retroceder un poco más en el tiempo así que agarraos fuerte que la máquina vuelve a despegar.
A Estrada. Año 1968.
Dolores acababa de aprobar las oposiciones a maestra, no sin muchos esfuerzos. Debido a la época en la que le tocó vivir todos los componentes de la familia se veían en la obligación de arrimar el hombro y ella no iba a ser menos, así que durante el día trabajaba ayudando a sus padres y a la luz del candil le robaba horas al sueño para poder estudiar. Dicen las malas lenguas que a pesar de haber superado el examen a puntito estuvo de quedarse fuera porque no tenía padrino que la protegiese, pero que una de sus maestras se enteró de la injusticia que se iba a cometer con ella y defendió a capa y espada el aprobado de tan sacrificada estudiante.
Y así fue como, incluida en el minuto de descuento como la última de la lista, no le quedó más remedio que conformarse con la plaza que ninguno de los que estaba antes que ella tuvo a bien elegir, y con mucho dolor y resignación metió en la maleta lo poco que tenía y se dirigió camino de Barcelona.
Cosas del destino, Ramón, saliendo de distinto punto de la geografía gallega tomó la misma ruta en compañía de un amigo, buscando mejor suerte que la que se encontró una vez abandonó el seminario después de varios años, tras confirmar algo que era un grito a voces: que la vocación de cura brillaba por su ausencia.
Y hete tú ahí que, sin conocerse de nada y a miles de kilómetros de distancia, ambos comenzaron a coincidir en la línea de autobús que los llevaba cada uno al respectivo colegio en el que daban clase. Ser exiliados en tierra extraña une mucho y las conversaciones sobre lo divino y lo humano se sucedían cada vez que se encontraban y éstas duraban lo que duraba el trayecto hasta que Ramón se apeaba en el barrio del Besós mientras Dolores continuaba camino hasta el barrio de la Salud.
No conozco bien los detalles, pero sé que mi madre se lo hizo pasar bastante mal a mi padre, quien por lo visto ya le había echado el ojo a aquella morena. Cuentan los más atrevidos que la cabezonería de Dolores y su empeño por no dar el brazo a torcer era tal que en un viaje en tren en el que coincidieron viniendo a Galicia, y a pesar de estar a punto de morir de sed (licencia poética), ni mi madre ni su alumna Laura, quien la acompañaba a pasar el verano con ella, aceptaron las continuas invitaciones de Ramón a unas Coca-Colas. (Confieso que en realidad desconozco a qué bebida se referían y me he visto en la obligación de inventármelo para darle credibilidad a la historia).
La actitud de Dolores hacia Ramón siguió siendo un tanto cortante durante ese verano, incluso la vez que él recorrió en su moto los muchos kilómetros que separaban su pueblo natal del de ella y se plantó en el portal de su casa con la excusa de que un amigo cura que oficiaba su primera misa en dicha parroquia le había invitado a asistir a la misma.
Pero algo cambió cuando volvieron a Barcelona terminadas sus vacaciones, y fue entonces cuando comenzaron su relación como novios. Finalmente, después de cientos de anécdotas, de desplantes con doble intención y de insistencias que no cejaron, la historia solo podía terminar de una única manera: En boda. Cuenta la leyenda que una noche de finales de octubre del 69 fueron a bailar a una discoteca y salieron del local con la fecha ya marcada.
Y llegamos al 25 de julio de 1970, momento en el que Dolores y Ramón, entrelazadas sus manos y ante un cura y su familia prometieron que se querrían hasta el final de los tiempos. Y dos hijos y 47 años después aquí siguen los muy jabatos, dándonos al resto una lección magistral reflejada a través del respeto y de la admiración mutua que ambos se profesan.
A día de hoy todavía me maravillo cada vez que veo con qué cariño y ternura se miran el uno al otro, cómo consiguen ser todavía capaces de hablar sin usar las palabras. La compenetración entre ellos es total, y sin necesidad de fijarse demasiado uno puede ver cómo el amor supura por cada uno de los poros de su piel.
En ocasiones siento envidia sana porque incluso aunque a estas alturas del partido termine encontrando a mi media pera 💫💫💫 (la naranja se la dejo a otros), me resultará matemáticamente imposible superar tantos años de convivencia como los que ellos llevan a sus espaldas. Con todo y con eso confieso que tampoco renuncio a la posibilidad de protagonizar una versión abreviada de su maravillosa historia de amor.
Hoy, 25 de julio de 2017, hace 47 años que dos personas a las que adoro decidieron no separarse jamás. Hoy, 25 de julio de 2017, me siento afortunada (y estoy convencida de que mi hermano corroborará todas y cada una de mis palabras) de poder proclamar ante vosotros que he tenido la suerte de haber sido testigo de una historia de amor con mayúsculas. Ésa que, como si de un cuento de hadas se tratase, sólo puede terminar de una manera. De la misma manera con la que yo termino éste, mi humilde tributo a ambos. Con la frase que cierra toda historia con final feliz que se precie y que versa así: 


… y fueron felices y comieron perdices. 


lunes, 17 de julio de 2017

Hogar, dulce hogar.

Lo reconozco... es superior a mí: ¡Qué poco me gusta sacar la basura!
Entiendo que esta confesión tiene de glamurosa lo que yo de Rita la Cantaora, pero llega un momento en la vida en la que la que suscribe pierde ya todo filtro y suelta las cosas como las siente. Así, a bocajarro y sin anestesia. Para desconcertar un poco al personal.
Advierto desde ya que esta entrada va de “cosas que hacer en casa que no me gustan ni una chispita”, así que es posible que me encontréis un poco repugnante si decidís continuar leyendo.
Pues eso... Ni en vuestras mejores suposiciones os podréis jamás imaginar el coraje que me recorre el cuerpo cuando al abrir el cubo me encuentro con la bolsa llena. Torcer el gesto y pensar para mis adentros: “Mierda… (nunca mejor dicho y disculpando) ya me toca otra vez” es una reacción automática que como toda reacción automática no soy capaz de controlar.
Me toca sacar la basura y me toca mucho las narices el mero gesto de proceder a atar la bolsa (bendito sistema “atafácil”), alzarla en peso, salir de casa y bajar un piso hasta el cuarto de basuras en donde la deposito en su contenedor correspondiente, según sea orgánica o para reciclar. Y si la vagancia me ha podido durante el transcurso del día, cuando cae la noche existe una segunda opción que sustituye a la de descender una planta por la de bajar los seis escalones del vestíbulo de entrada del edificio, abrir el portal, dirigirme al contenedor que se encuentra a escasos metros sobre la acera y repetir el gesto de “abrir tapa/introducir bolsa/cerrar tapa” que tanta pereza me produce. Considero ambas posibilidades igual de odiosas.
Esto no es algo nuevo. Dicha tarea doméstica me ha resultado muy poco atractiva de toda la vida y he procurado evitarla siempre que me ha sido posible. Me sucede lo mismo cada vez que me toca doblar la ropa. No me importa pasarla del cesto de ropa sucia a la lavadora, seleccionar el programa correspondiente y añadir el detergente y el suavizante de rigor, sacarla de la lavadora y proceder a tenderla. Para más inri añado que plancharla me relaja mogollón. Es el punto intermedio el que me da sopor absoluto. Manía como otra cualquiera, imagino.
Y si continúo hablando de manías domésticas reconozco que tengo unas cuantas, supongo que como cualquier hijo de vecino. Aquí resumo alguna más:
¿Secar los platos? Uffff… pues tres cuartos de lo mismo. Dadme montañas de vajilla para fregar que lo hago encantada. De hecho yo soy la que se ofrece voluntaria para la tarea en las diferentes comidas familiares que tienen lugar en mi casa y en las ajenas a lo largo del año. Eso sí: no me pidáis que seque lo fregado, por favor. No me gusta na-di-ta. Debo ser de las pocas personas en este mundo que no tiene lavavajillas y que no lo echa absolutamente nada de menos. Hasta que llega la hora de tener que usar el paño. Ahí sí que sí.
Cada vez que me toca cambiar la funda del edredón nórdico me entra una pereza difícil de describir. Sé que apenas tardo un par de minutos, pero el mero hecho de estirar primero el edredón para luego doblarlo de tal manera que me resulte sencillo introducirlo en la funda correspondiente me agota. Así que figuraos cuando esa tarea pasa de mi imaginación a la vida real. Eso sí, qué gustazo da después introducirte en la cama y sentir ese olor a colonia infantil cortesía del suavizante que todo lo impregna. De lujo.
¿Y qué me decís del suplicio de limpiar las ventanas? Nunca he tenido vocación de Spiderman y me da pánico asomarme demasiado y no vivir para contarlo. Lo sé: soy un poquito exagerada, pero cualquier disculpa es buena para no tener que dejar los cristales tan limpios que cualquiera que pase se quede mirando asombrado de lo nítido que luce mi salón-comedor-cocina desde la calle, sin ninguna marca en el cristal que confirme que efectivamente existe una ventana entre el cotilla callejero de turno y mi hogar. Que sí, que es verdad, que vivo en un bajo y la distancia de mis ventanas con respecto al duro suelo apenas sí es de un par de metros, pero no me digáis que la disculpa de no ser un súper héroe de cómic para evitarme el trabajo no tiene su gracia.
En definitiva, que cada persona es un mundo y cada mundo un territorio por explorar. Generalmente se nos llena la boca al hablar de todo lo virtuoso que llevamos dentro pero reconocer aquellos puntos débiles que nos convierten en personas de carne y hueso como que cuesta un poquito más.

Todos tenemos nuestras pequeñas cosas, y el que opine lo contrario, miente. Manías, manías y más manías…


Queen. I want to break free. https://youtu.be/f4Mc-NYPHaQ


martes, 11 de julio de 2017

Pensamientos ilustrados. Parte 2.


Segunda entrada que dedico a dos de mis grandes pasiones: la escritura y la fotografía. No me considero experta en ninguna, pero gracias a ellas he descubierto una parte de mí que no conocía y que reconozco me apasiona.

Disfruto con el reto que me impongo de tener que esforzarme en sacarle todo el jugo que puedo a las diferentes imágenes añadiéndoles un pequeño texto que las complemente.

A vuestra salud...


¿Subes o bajas?



Desde pequeño te han inculcado que tú eres el único dueño de tus actos y que solo tú decides cómo quieres vivir tu vida. Mentira. Nadie añade a la ecuación el hecho de que a tu alrededor todo te condiciona para que vayas en una determinada dirección. A veces son pequeños gestos o palabras los que nos influyen pero también están aquellos detalles que se ocultan entre la maleza y que no se dejan ver hasta que ya te has visto obligado a dirigir tus pasos en una de las dos direcciones. El que diga que tiene el destino de su vida totalmente definido y bajo control miente. O se engaña a sí mismo, opción que me parece incluso peor. Por cada decisión que escoges descartas, como mínimo, una diferente, sin saber si la opción elegida te conducirá al éxito más apabullante o al fracaso más sonado. Asúmelo: la vida es como una escalera y cada momento que la conforma un peldaño que te conduce hacia un futuro desde luego incierto, pero siempre emocionante. De ti depende si quieres afrontar el siguiente escalón y asumir un riesgo que te puede llevar a lo más alto o prefieres retroceder al anterior y conformarte con lo que ya conoces. En otras palabras: tú decides entre luchar por tus sueños o no. ¿Subes o bajas?




Un festivo cualquiera en Madrid.

Sucede que a veces me despierto un día de fiesta a la misma hora que lo haría si tuviese que ir a trabajar. 
Sucede que entonces me levanto con infinitas ganas de no quedarme en casa a pesar de que la temperatura exterior no invita precisamente a poner el pie fuera de la puerta. 
Sucede que al final el deseo por abandonar las cuatro paredes que me protegen del frío gana la batalla al pijama y al sofá. 
Y sin que me dé cuenta, sucede que Madrid se presenta ante mí y me invita a recorrerla sin rumbo fijo, volviendo a aquellos rincones que, harta como estoy de identificar con los ojos cerrados, cada día que pasa siguen encandilándome como la primera vez que los tuve frente a mí.
Y entonces sucede que la mañana ha discurrido en un suspiro y, agotada, regreso a casa con la sensación de haber aprovechado cada minuto de esta jornada festiva y otoñal. 

Sí, es verdad: a veces sucede... 



Encrucijada.

Es la dirección que elijas la que marcará tu destino así que párate un segundo y reflexiona un poco antes de decidirte por alguna. Eso sí, cuando lo hayas hecho, camina hasta el final de la senda y sácale todo el jugo posible a lo que te vayas encontrando por el camino, porque sin que te des cuenta estarás escribiendo la historia de tu vida. Procura que ésta sea lo más gratificante posible. Tanto, que cuando llegue el momento de echar la vista atrás sientas crecer en tu interior un orgullo tal que sin palabras te confirme que ha merecido la pena seguir esa flecha. 







Despertar.

Así fue: en mitad de una fría noche de diciembre y mientras recorría una calle vacía descubrió lo ridículo que resulta tener miedo a estar solo, supo que la felicidad no se alcanza por el mero hecho de estar rodeado de mucha gente, entendió que lo más importante en esta vida es aprender a convivir con uno mismo y que en ocasiones no hay mejor compañía que la soledad. Y entonces se paró en seco, respiró hondo, miró cara a cara al vacío que lo rodeaba y por fin fue capaz de sonreír. 








Dejarse llevar.

... y dejar que todo fluya, sin forzar ni la ruta ni el destino. Solo así conseguiremos que al final todo encaje. 

















Momentos mágicos.

Noches en las que la luna decide iluminar mis pasos más que cualquier farola.

Noches en las que todo, hasta lo inesperado, puede suceder.

Noches que se vuelven día.

Noches mágicas que despiertan a mi verdadero yo.

En definitiva: Noches... noches de luna llena. 





Tiovivo.

No te dejes influenciar por lo que te digan los demás y sigue tus más primitivos instintos. Solo así aprenderás a disfrutar de lo que es verdaderamente importante. Solo así te darás cuenta de que en más ocasiones de las que piensas basta con que decidas volver a ser niño, te subas al caballito y te dejes llevar para, en una de esas subidas, ser capaz de alcanzar la felicidad con los dedos. Basta con que te liberes de tus cadenas, respires hondo, des un paso al frente y con paso firme decidas subirte a este tiovivo llamado vida. El viaje bien vale un intento.







¡He dicho!

Ni todas las estrellas se localizan en lo más alto del firmamento ni todos los corazones se ocultan por miedo a mostrarse tal y como son.









Vértigo.

No mires jamás hacia abajo. Que no te puedan las inseguridades. Ni se te ocurra visualizar en tu cabeza lo mucho o poco que te queda para llegar a tu destino. Simplemente actúa. Piensa que cada paso que das al descender estarás un poquito más cerca del objetivo que te has marcado. Céntrate tan solo en eso y notarás cómo a medida que avanzas en tu camino tus pies se muestran infinitamente más ligeros, como si quisiesen echarse a volar en cualquier momento. Y finalmente, sin apenas darte cuenta, habrás alcanzado el último escalón, olvidarás todos los malos momentos pasados y te descubrirás gritando: "¡Joder, qué bien sienta haber llegado a la meta!" 


Piensa positivo y vencerás.

Alcanzar el cielo es más fácil de lo que parece. Todo depende de la perspectiva desde la que se intente. 


Pide un deseo. 💫

No. No quiero promesas que me entreguen el cielo. No necesito el universo a mis pies ni la luna entre mis manos. No suspiro ni por estrellas fugaces ni por constelaciones brillantes. No. Cuando cierro los ojos y pido un deseo lo que realmente añoro es sentir tu aliento en mi cuello, notar tus dedos rozando mi cuerpo, temblar entera cuando tus labios besan los míos, mirarte a los ojos y derretirme en ellos... Así que no. No me prometas el cielo. Haz algo mejor. Susúrrame al oído que soy lo que llevas esperando toda tu vida y que estarás conmigo hasta el final de los tiempos. 
Y entonces, justo en ese preciso instante, todo terminará por encajar y en mi cabeza retumbará la frase que lo resumirá todo:
"Deseo concedido". 



 Cuestión de perspectiva. 

En el preciso momento en el que tomé la decisión de no volver a bajar la cabeza descubrí que era más gratificante mirar hacia las estrellas que estrellarme contra el suelo.




... hasta la próxima...



martes, 4 de julio de 2017

¿Alguien me recuerda?

¡¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!!!

No... No me he vuelto loca aunque ya de sobra sabéis que muy cuerda jamás he estado. Pero es que vamos a ver... con esto de que mi inspiración decidió tomarse un tiempo de descanso allá por el año pasado ("solo serán un par de días, para recargar pilas y regresar con fuerzas" me engañó la tía falsa) a lo tonto a lo tonto estamos en el mes siete del año en curso y a estas alturas de la historia todavía no había compartido con vosotros la alegría que genera este año que ya empieza... digo continúa... digo casi llega a su fin....

Así que como lo primero es lo primero, os envío mis mejores deseos aunque sea con un poquito de retraso.

Tal vez os preguntéis a qué he dedicado todos estos meses que he pasado sin dar señales de vida. Es posible que os penséis que me he sacado dos carreras, o que el trabajo me ha tenido totalmente absorbida o incluso que me ha tocado la lotería y me he dedicado a recorrer el mundo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda sin más tiempo disponible que el necesario e imprescindible para llegar al destino marcado en la ruta, reponer fuerzas y partir hacia el siguiente.
Pues no. No, no y no.
Sigo siendo la misma licenciada en Traducción e Interpretación que era a finales del 2016, luchando eso sí como una jabata por no olvidar el inglés y el alemán que tanto me costó introducir en la sesera. Y cuando digo inglés y alemán me refiero a temas de lenguas que no van a ningún maromo pegadas, para mi gran desgracia, sino a lenguas a secas. Del mundo. Pero lenguas a secas.
Mi trabajo todavía no me ha encumbrado a ningún lugar en el que mi presencia sea requerida a tiempo completo y sigo teniendo un horario de currito funcionarial. Con unas tardes que suelen alargarse más de lo que a mí me gustaría, pero que no me sirven de excusa para haber desaparecido del mapa durante el tiempo que lo he hecho.
Sigo siendo pobre. De necesidad. Por obligación y porque no me queda más remedio. Apenas sí puedo permitirme algún capricho que se salga de mi rutina diaria como para disponer del líquido necesario para equipar mi maleta con todo lo imprescindible para visitar en un mismo viaje países con clima diametralmente opuesto. Que una cosa es llevarte un paraguas por si llueve, un abrigo para el frío y un bikini para cuando toque playa y otra muy diferente contar con varios recambios para no repetir modelito en demasiadas ocasiones. Que un viaje de vuelta al mundo es muy largo y queda muy feo salir en todas las fotos con el mismo pantalón y jersey.
En resumidas cuentas: me ha pasado lo que me pasa siempre. Que no sé en qué narices ocupo el tiempo pero el muy capullo vuela más rápido que un avión supersónico y cuando yo voy, él ya está de vuelta, y de esta manera es imposible que nos crucemos ni tan siquiera para saludarnos, hablar del tiempo y preguntar por la familia. Así que de pensar en escribir ya ni hablamos. Y si encima cuento con la nula colaboración de mi inspiración, apaga y vámonos.
No existe por tanto una explicación memorable, propia de un guion de película de Hollywood que justifique semejante dejadez por mi parte, y tampoco me parecía procedente inventar ahora un mundo de ilusión y fantasía porque al final todo se sabe y como dicen por ahí, la mentira tiene las patas muy cortas. Además, ya he confesado que tampoco estaba yo mucho para pensar, así que para qué nos vamos a engañar, vosotros y yo.


En plena operación salida de vacaciones mi cerebro continúa a medio gas y el calor hace todo lo posible por derretir las escasas neuronas que me quedan. Con todo y con eso en el fondo de mi ser mis ganas por escribir siguen intactas así que procuraré despertar de su letargo a mi creatividad y continuar plasmando historias con más o menos acierto para que no os olvidéis de mí con tanta facilidad. Puedo prometer y prometo…

Sia. I’m Alive. https://youtu.be/t2NgsJrrAyM


martes, 13 de diciembre de 2016

A ti. Mi héroe.

Has estado a mi lado desde siempre. Eres una de las pocas personas que sé con toda seguridad que jamás me decepcionará ni me dejará caer. Sé con toda certeza que podré contar contigo da igual la hora del día o de la noche. Importará poco que sea lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado o domingo porque para ti el día de la semana que será importante será aquel en el que te necesite. Te dará igual tener que salir un día frío de invierno, atravesar campos en flor en primavera, pasar calor extremo en verano o buscarme cuando caen las hojas en otoño porque lo único que te moverá a hacerlo será el hecho de confirmar que yo, tu niña a pesar de mi edad adulta, está bien.
Eres un superhéroe hecho persona. Tienes tantos poderes mágicos que me resulta imposible dudar ni por un segundo que no tengas solución para cualquier problema que se presente.
Te recuerdo de siempre con esa paciencia infinita que siempre te ha caracterizado, sentado en la silla del escritorio rodeado de mis libros y apuntes, siempre dispuesto a tomarme la lección y a seguir aprendiendo conmigo.
Jamás has dado una palabra más alta que otra y aun así te he respetado como si hubieses actuado con mano de hierro. Porque contigo se cumple perfectamente la teoría que defiende que no por gritar más se consiguen antes las cosas.
Si hay algo en este mundo que me duela hasta lo indecible es hacerte sufrir. Y con mi carácter difícil sé que en ocasiones no tan lejanas ese ha sido el caso. Ni te imaginas cuánto me arrepiento de no haber sabido callarme a tiempo. Ya me conoces: me mata la boca y por desgracia y por más que llegase a haberlo deseado con todas mis fuerzas resulta imposible tragarse de nuevo ciertas palabras que jamás debieron ser dichas en alto.
Eres generoso hasta el extremo. Te sacrificas por todos aquellos a los que quieres, entre los que afortunadamente me encuentro. Y lo que es más importante: nunca esperas recibir nada a cambio de tanta dedicación, lo que hace que mi admiración por ti no haga otra cosa más que crecer a medida que pasan los días.
Jamás has querido demostrar ni un ápice de debilidad ni aun cuando no te encontrabas en tu mejor momento y eso me ha hecho pensar que podías ser inmortal. Ahora, con el paso de los años, no me ha quedado más remedio que reconocer que hasta tú eres humano y que el tiempo pasa para todos, incluso para ti, mi superhéroe particular.
Cuesta reconocer que ni siquiera tú eres invencible, que también tú tienes días mejores y días peores. Y sin embargo, si hay algo que sigue sorprendiéndome como si fuese la primera vez es tu facilidad para hacernos creer a todos los que estamos a tu alrededor que a pesar de los contratiempos que van surgiendo lo único realmente importante es contar con la motivación necesaria para seguir adelante, ser valiente y hacerle frente a las innumerables pruebas con las que nos sorprende la vida.

Eres mi roca, mi modelo a seguir, mi apoyo más grande, el guardián de mis sueños, mi mundo entero. Eres todas y cada una de esas cosas que al final se resumen en una palabra, la más importante de todas. Eres cuatro letras que llevan implícito el infinito. Lo mío por ti es adoración plena y a pesar de que sé que no es necesario jamás me cansaré de repetírtelo, ya sea con palabras, gestos o hechos.
Te quiero, papá.


Antonio Orozco. Mi héroe. https://youtu.be/chm79IPVekU


martes, 8 de noviembre de 2016

Es hora de imaginar menos y vivir más.

Ayer al acostarme, sin comerlo ni beberlo, me topé con una situación con la que no recuerdo haberme encontrado en mucho, muchísimo tiempo. Y de la misma manera que toda causa tiene su efecto, esa situación llevó consigo implícita una sensación que hizo que de pronto me parase a reflexionar.

La noche se presentaba normal. Después de cenar me puse a ver un rato la tele y cuando noté cómo dormitaba y me estaba enterando más bien poco de lo que se reflejaba en la pantalla decidí que era el momento ideal para irme a dormir.

Allá que me fui, tambaleándome por el pasillo desde el salón-comedor-cocina hasta llegar a la habitación y lanzándome en plancha sobre la cama. Me las prometía muy felices hasta que cerré los ojos. Entonces comencé a dar vueltas. Primero un giro a la izquierda. Luego un giro a la derecha. Giro a la izquierda otra vez… No conseguía dormirme. Acababa de darme cuenta de que no tenía una historia bonita con la que soñar. De pronto fui consciente de que me había quedado sin príncipe azul.

Sí, lo confieso. Soy de las que antes de caer en brazos de Morfeo se inventa un cuento de esos cursis a más no poder en los que todo me sale bien y en los que impepinablemente aparece un maromo interesante en el papel de coprotagonista. Para mi desesperación ayer no tenía maromo que formase parte de ese mundo de color y fantasía. Ayer ninguno de los tres posibles candidatos de los que disponía para acompañarme en mi imaginación (para qué conformarme con uno si en la variedad está el gusto) era de mi agrado. Por méritos propios, ninguno de ellos merecía el papel principal así que me quedé, como se suele decir, compuesta y sin novio incluso en mis sueños. ¿Tiene o no tiene narices la cosa?

Narices no sé, pero desde luego mala baba un rato largo… Al final no recuerdo con qué ocupé mi cabeza, cuál fue mi último pensamiento antes de dormirme, pero cuando me levanté esta mañana seguía dándole vueltas al asunto. Vale que en la vida real haya asumido caminar sola por la calle y tener el sofá enterito para mí, pero hasta ayer siempre disfrutaba en sueños de una vida en la que compraba palomitas para dos y compartía manta y mando de la tele. 

Después de estrujarme el coco durante un rato (ni mucho ni poco, solo el imprescindible) he llegado a la siguiente conclusión: Tal vez lo que mi cabeza ha querido enviarme ha sido un aviso de hartazgo infinito, rogarme a su manera que me ponga las pilas, baje de la nube y aterrice en el mundo real de una vez por todas. Puede que lo que intentase decirme era que hiciese el favor de imaginar menos y actuar más; que dejase de recordar historias del pasado que casi fueron pero que nunca llegaron a ser y me dedicase a cultivar las relaciones humanas de una manera más real. Que dejase de soñar con mi prototipo de chico alto, moreno y de ojos oscuros que aparentemente todavía nadie ha construido para mí y ampliase el rango de posibles candidatos sin poner ningún tipo de limitación al asunto.

Estoy convencida de que lo de ayer por la noche fue un toque de atención por parte de mi subconsciente, harto de que lo ignore hasta cuando duermo, indicándome que haga el favor de vivir mi vida de una vez por todas, entendiendo por mi vida todo aquello que me atañe y me afecte de una manera o de otra. Ahora que he aprendido a quererme debería aprender a dejar que me quieran. Y que lo hagan las personas correctas, significando eso lo que quiera que signifique. Está claro que hasta la fecha me he confundido de pleno al abrir la puerta y dejar entrar a los que no eran los adecuados, perdiendo de esta manera un tiempo precioso que jamás volverá.



Creo que esta noche voy a optar por cerrar los ojos y dejar mi mente en blanco. Permitirle a mi fase REM tomar las riendas y que sea ella la que guíe mis sueños, a ver si entre fotograma y fotograma de esa película irreal descifro alguna pista que me guíe, ya en el mundo de los despiertos, hacia la dirección correcta que me permita encontrar de una vez por todas, no al príncipe azul de mis sueños, sino a un chico de carne y hueso con el que compartir palomitas y manta sin necesidad de tener que cerrar los ojos para poder tenerlo a escasos centímetros de mí. 


Marwan. En mi cabeza. https://youtu.be/2qHcOuZ8FBo


jueves, 20 de octubre de 2016

Pensamientos ilustrados.

Qué queréis que os diga… resulta que hace ya algún tiempo que yo también me he apuntado a la moda de crear una pequeña historia a partir de una fotografía, y puesto que últimamente mi cerebro se encuentra inspiradamente pobre he decidido recopilar y compartir alguna de ellas con vosotros, incluyendo la instantánea que me sirvió de “inspiración”, y de esta manera darle tiempo al coco a recuperar la imaginación que me permita contaros cuentos más extensos.

Si escribir ya de por sí me parece complicado en ocasiones, reflejar en tan solo un par de líneas todo un universo de sensaciones es ya lo más para mí, teniendo en cuenta que me enrollo más que una persiana cada vez que me pongo a hablar y lo de resumir como que lo llevo un poco mal.

Y como lo bueno si breve, dos veces bueno (además de breve evidentemente), aquí os dejo mis elucubraciones, ahora en versión mini:


Hasta el infinito y más allá.

Vuela.

Hazlo tan alto como lo hacen mis sueños. Tan lejos como se encuentran mis ilusiones. Tan rápido como se mueven mis deseos.

Y una vez llegues, explota en mil pedazos y envuelve con cada uno de tus trozos mis ganas de ser feliz de tal manera que sea incapaz de soltarme y me resulte imposible volver a caer hasta ese horrible lugar en el que hace ya tiempo he enterrado todos mis desencantos.


Un pequeño oasis entre el asfalto.

El domingo, después de haber comenzado la tarde en plan cultureta visitando con las niñas un par de exposiciones en el Caixaforum para continuar con un rato agradable de risas y terraceo que se alargó hasta más de las diez de la noche, decidí aprovechar la buena temperatura que se respiraba en el ambiente y volver a casa dando un "pequeño" paseo de más de una hora.
Delante del Ministerio de Agricultura, a la altura de Atocha, iba yo dándole vueltas a algo que me había pasado esa misma tarde, un tanto surrealista como casi todo lo que me sucede últimamente y que como casi todo lo que me sucede últimamente tiene como protagonista a alguien del sexo opuesto. Y es que cuando creo que ya no pueden conseguir superarse me sorprenden una vez más, y no precisamente para bien. Desde que ya no espero nada respecto a este tema, lo cierto es que a pesar de las "raras" experiencias al menos vivo la mar de tranquila.
Vuelvo al tema, que me lío y me disperso... Como iba diciendo... Llegaba a la altura de Atocha cuando vi algo que me sacó de mi ensimismamiento, algo que hizo que volviese de mi mundo de preguntas sin respuesta y que consiguió que durante unos minutos toda mi atención se centrase en cómo inventarme el mejor enfoque para conseguir reflejar en una imagen fija toda la paz y la serenidad transmitida a partir del suave movimiento de lo que tenía delante de mí.
Al final conseguí esta delicada instantánea de la cual me siento muy satisfecha.
Fue como descubrir un pequeño oasis en medio de la ciudad. Y como este pequeño remanso de calma casi oculto entre el caos de coches que a esas horas circulaban a apenas unos metros de distancia me transmitió tan buen rollo, me apetecía compartirlo con vosotros, con el deseo de que despierte en vosotros esa misma paz interior que sentí yo nada más verlo.

Acércate y verás.
No importa el color con el que pintes tu sonrisa, ya que en el fondo lo que cuenta es la acción de sonreír.
Y permite que sean otros los que decidan si hoy la visten de rosa inocente, la disfrazan de rojo pasión o la prefieren desnuda para que se muestre ante el mundo tal y como lo que es: un gesto apenas imperceptible capaz de hacer temblar la Tierra y derretir hasta el mismísimo Polo Norte si se lo propusiese.
Conociendo su poder, pregúntate qué no haría contigo si te tuviese enfrente...




¿Retroceder? Ni para tomar impulso.


"No soy lo que me ha pasado, soy lo que decido ser", una frase de Carl Jung en plan "tú sí que vales" que me ha hecho pararme a reflexionar.

No por nada, sino por todo. Porque leyéndola me recordaba a mí misma y a todo lo que erróneamente llegué a pensar sobre lo que podría y no podría llegar a alcanzar en mi vida. Si algo he aprendido es que el camino se recorre andando y que el pasado es solo eso, pasado.

Estancarse. Decidir no decidir por miedo a lo desconocido es sinónimo de no vivir, o al menos de no vivir la vida que a cada uno le gustaría.

Decidir. Tomar las riendas, volar hacia lo más alto, ser quien realmente quieres ser. Algo que parece tan sencillo pero que a veces puede llegar a ser tan complicado... 

Es tu turno. Tú eliges si prefieres no arriesgarte o si por el contrario te lanzas al vacío rumbo a lo desconocido y le sacas todo el jugo posible a esto que llaman vida.

Yo llegado el caso también tuve que tomar esa decisión, y ahora mis pasos me guían hacia lugares, situaciones y momentos imprevisibles y extraños, desconocidos y misteriosos, emocionantes y sorprendentes que hacen cada día de mí lo que soy: alguien que VIVE.


Porque sí.


Porque hoy me siento con ganas de saltar y soltarme la melena. Porque hoy resume la certeza de que seguimos por aquí dando la nota y la lata. Porque hoy precede a la incertidumbre del mañana y sucede al recuerdo del ayer. Porque hoy es hoy. 

Y mañana...mañana lo que tenga que ser será.




Piensa lo que quieras.
No intentes adivinar lo que se me pasa por la cabeza.
O hazlo. Eres libre de intentarlo e imaginar que la tengo llena de pájaros que vuelan libres y anidan en ella a su antojo. O pensar que está repleta de decisiones importantes que me quitan el sueño cada noche. Pudiera ser que la imagines llena de ilusiones imposibles. O tal vez de fracasos estrepitosos.
Imagina lo que quieras. Yo no diré nada. No quiero quitarte la ilusión de creer que me conoces de verdad, lo suficiente como para deducir por tan solo un gesto, por una cuidada expresión, por una profunda mirada, todo aquello que ocupa mi mente.
Permíteme solo un consejo: recuerda que en más ocasiones de las deseadas las apariencias engañan y que es peligroso juzgar un libro solo por su portada. Recuerda que no siempre una sonrisa es sinónimo de alegría ni una cara seria implica un problema, que jugar al despiste es muy propio del ser humano y a mí, como ser humano que soy, me encanta jugar...

Vergüenza.


Un año más se conmemora el aniversario de la liberación de Auschwitz.

Jamás seré capaz de imaginar el sufrimiento que esconde cada centímetro del recinto, pero sí puedo hablar de la enorme angustia y desazón que me invadió nada más atravesar el portón sobre el que aparece la tristemente famosa frase "el trabajo nos hace libres".

Puedo afirmar sin miedo a equivocarme que esa fue la visita más dura que haya hecho jamás a ningún lugar, pero a la vez creo que era parada obligada.

Paseando por el recinto uno se da cuenta de la crueldad que podemos llegar a tener con las personas escudándonos en defender unas ideas, lo infames que podemos llegar a ser ante la incapacidad de respetar al diferente, lo patéticos que nos volvemos al imaginarnos con la verdad absoluta.

Ojalá jamás se repita algo tan horrible, aunque visto lo visto me temo que ese deseo cuelga de hilos demasiado finos.

Al fin y al cabo el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Yo hasta me atrevería a decir que más de dos.

¿Tengo fe en la humanidad? A veces me cuesta pensar que es así.


Puro teatro. 

La vida es un carnaval y como tal hay que aprender a tomársela. Si uno no lo hace de esa manera corre el riesgo de vivir amargado eternamente y, seamos sinceros, en los tiempos que corren eso implicaría desperdiciar el poco o mucho tiempo que nos queda por estos lares, asunto que la que suscribe no está dispuesta a aceptar.

En absoluto pretendo engañar a nadie diciendo que sea tarea fácil, pero desde luego una vez que uno consigue aplicar esa filosofía a su vida todo se disfruta más intensamente.

Y si en algún momento vemos que nos flaquean las fuerzas siempre podemos enfundarnos en unas ropas que no son las nuestras y con la cabeza bien alta salir a la calle con la intención de comernos el mundo. O lo que es lo mismo: hacer como que es carnaval incluso aunque estemos en pleno agosto.



Encrucijada. 

Hace ya algún tiempo que decidí tomar las riendas de mi vida. Que se acabó lo de anteponer los demás a mí. Con excepciones, por supuesto, porque para eso existen personas intocables a mi alrededor, pero la marioneta que en un momento sé que fui cogió unas tijeras y cortó la cuerda que la ataba a todo lo negativo que la rodeaba.

Así que ahora yo dirijo mi vida. Ahora soy yo la que decide si se queda o se va, la que elije entre blanco o negro, la que escoge girar a izquierda o a derecha. Con más o menos acierto voy seleccionando las diversas alternativas que se presentan ante mí y al final yo soy la única responsable de mis acciones. 

Como debe ser. Como debería haber sido. Como en un tiempo no fue.



Te echo de menos.

El 90% del tiempo de verdad que lo consigo, pero en estos momentos me invade sin remedio ese 10% en el que no te imaginas cuánto echo de menos nuestras eternas conversaciones sobre todo y sobre nada, añoro tu ironía mordaz y tu facilidad para sacarme de quicio cada vez que me pinchabas cuando "discutíamos" sobre política. Ya nadie me llama piji-flauta, ni bonita ni bichillo... Ni te imaginas cuánto echo en falta tu compañía y tu facilidad para arrancarme una sonrisa.

Y si soy fuerte y me atrevo a confesarme es porque sé que jamás me leerás ni sabrás cuánto me dueles...

El 90% del tiempo soy capaz de mantener a raya cualquier signo de debilidad en mí. Es ese 10% el que en ocasiones me hace flaquear. 

Vista al frente, cabeza alta y sonrisa en la cara. He aprendido la lección y juro que la llevo a la práctica en mi día a día para poder continuar viviendo con más o menos paz. Es solo que a veces, solo a veces, recuerdo cosas que tal vez debería enterrar en lo más profundo de mi memoria.

Tiempo... Todo es cuestión de tiempo. Cuando quiera darme cuenta se me habrá pasado, en eso confío y por eso tengo fe. Pero por ahora... Por ahora lo único que me queda es lidiar con ese 10% de la mejor manera que pueda. Y si para conseguirlo tengo que flaquear no me avergonzaré de mis lágrimas y dejaré que rueden por mis mejillas mientras termino de torturarme escuchando canciones decadentes.

Al fin y al cabo todo es pasajero y, para bien o para mal, nada dura eternamente.

Para muestra un botón...


 Rumbo a la felicidad.

La vida consiste en luchar cada día por conseguir todo aquello que deseamos o, en su defecto, morir cual valientes en el intento.

El día a día se construye pasito a paso, que los atajos siempre se muestran muy atractivos ante nosotros pero al final se pueden convertir en laberintos de los que es imposible salir.

Cada uno tiene el derecho y la obligación de elegir cómo quiere vivir y como consecuencia de ello es también responsable de todos y cada uno de sus actos.

Por ese mismo motivo si uno no está contento con lo que tiene lo que debe hacer no es vagar como alma en pena por las esquinas sino levantarse del suelo y tener la valentía de decidir cambiar su ruta.

El mundo está lleno de osados que no se resignan nunca, que pelean con fiereza por sus sueños y que no cejarán en su empeño hasta conseguirlos.

Bravo por todos esos valientes que deciden levantarse cada día con ganas de mirar hacia adelante porque saben que de nada sirve echar la vista atrás y mirar de reojo al retrovisor. Saben que por más que pidan mil deseos a las estrellas, el pasado jamás vuelve.

Todos a nuestra manera somos héroes que se levantan después de cada tropiezo y siguen haciéndole frente a la vida aun cuando ésta se comporte de la manera más cruenta, riéndose a carcajada limpia cada vez que nos ve en el suelo.

Nadie dijo que fuese fácil, pero también os digo que al final tanto esfuerzo tendrá su recompensa.

Y entonces.... Entonces todo ese sufrimiento habrá merecido la pena.


Domingos que son domingos.

Echaba de menos un domingo tranquilo. Uno de esos en los que me permito remolonear un rato en la cama ya que las prisas se han quedado a un lado. Uno de esos en los que dejo que mi mente vuele más allá del infinito y se quede pensando en la nada más absoluta.

Echaba de menos un domingo perezoso. Uno de esos en los que las obligaciones se quedan a un lado y puedo dedicarme a hacer lo que me apetezca. En los que un buen libro recupera su importancia perdida en días más ajetreados. En los que la música lo envuelve todo, complementando a la perfección mi amor por la lectura. 

Echaba de menos un domingo reparador. Uno de esos en los que la llave seguirá echada con doble vuelta y sin visos de ser girada en lo que dure la jornada. En los que pasearé por la casa vestida con cualquier cosa porque, y salvo catástrofe imprevisible, no tendré la necesidad de preguntarme qué me pongo ya que no tengo la más mínima intención de abandonar estas cuatro paredes en lo que queda de día.

Echaba de menos un domingo como los de antes. Uno de esos necesarios para recargar las pilas que me ayuden a afrontar la semana con fuerzas renovadas después de unos días locos repletos de situaciones impredecibles.

Madrid, no me esperes hoy. Hoy por fin tengo ante mí un domingo tranquilo, perezoso y reparador. Hoy por fin puedo borrar la expresión "dejar de echar de menos" de mi lista de tareas pendientes y anotar en ella nuevos retos a alcanzar.


Porque éste sí, éste es un domingo como los de antes.


Deseo.

“¡No te muerdas las uñas!” me recriminan mientras acompañan sus palabras con una dura mirada de reprobación.
“Ya me gustaría no tener que hacerlo”, pienso para mí. “Ojalá tuviese cerca un cuello al que poder hincarle el diente y de esta manera no tener que conformarme con una simple uña”.





...Continuará...